miércoles, 15 de enero de 2014

21/01/2013 - Fanfic Crossover: Un vagabundo en el Mundo Onírico (Lovecraft/London) PARTE 1


 Un Vagabundo en el Mundo Onírico.
 Un encuentro entre Jack London y H.P. Lovecraft

Tras el último crujido, Darrell Standing despertó sobresaltado en un lecho que le resultaba vulgarmente familiar, a pesar de que se encontraba en una tierra desconocida no sólo para él, sino para casi toda la humanidad. Se encontraba en el segundo piso de una casita de paredes blancas y techo bajo. Lo primero que vio por la ventana fue el retrato de una ciudad portuaria de las que abundan por el sur de Europa. Hacía rato que había amanecido y la actividad mercantil se encontraba en su hora punta.
Standing había despertado en Celephaïs, la ciudad más hermosa del mar Cerenario.
Lo primero que hizo fue reincorporarse y rascarse el cogote. Se encontraba muy confuso. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía allí? ¿Acaso hace unos instantes no se encontraba en la sala de ejecuciones del centro penitenciario de San Quintín con la soga en el cuello? Ahora se hallaba en una cómoda cama con una privilegiada vista de una ciudad desconocida. ¿Habría muerto? Imposible, todo le era muy, demasiado real. Alguien llamó a la puerta y la entreabrió un poco, sólo pudo oir una vocecilla que le decía:

"¿Va a querer usted desayunar antes de partir hacia Dylath-Leen, señor Starrell?"

Aquella voz también le resultaba cercana, pero no lograba recordar nada, la soga le había bloqueado la glándula pineal, pero no del todo. Standing, sin dudarlo, se levantó vagamente de la cama, se arregló, se vistió y descendió al piso inferior. Allí pudo descubrir un poco más sobre su ubicación: aquella casita era una posada que, a diario, acogía marineros y mercaderes de todas las regiones, desde Thalarion hasta la inhóspita Thorabon. Entonces, la voz que le había arrancado de su lecho volvió a sonar detrás suyo, se giró y le dio un escalofrío al descubrir el rostro de su despertador: se encontraba frente un hombrecillo de la altura de un barril de vino, de tez peluda y mejillas saltonas, como las de un hamster, muy bien vestido y bien peinado.

"¡Señor Starrell, como no se apresure, llegaremos tarde a nuestra cita en Dylath-Leen!"

Darrell reconoció aquel homínido, había sido amigo suyo durante su más temprana infancia, hasta que sus padres le enseñaron a leer libros, pero no sobre historias fantásticas ni aventuras, sino libros sobre religión y sobre otras ciencias que apagan el fuego de la imaginación. Ignoraba su nombre, pero se alegró de aquel reencuentro, aunque ahora las facciones de su amiguito fueran tan reales que llegaran a ser algo repugnantes. También recordó que en aquella tierra su nombre era Starrell. La rolliza tabernera semihumana le sirvió un copioso desayuno hecho a base de una tortilla hecha con un huevo de un pájaro de raza desconocida, arroz de Toldees y una taza de té de Beeksheba, la ciudad de las especias. Standing no tuvo tiempo para saborear aquellas delicias ya que su fiel amigo le insistía a base de suaves tirones a su camisa. Abandonaron la posada y andaron por los exóticos muelles de Celephaïs hasta detenerse frente una modesta galera. Aquel transporte era suyo, aunque nunca lo hubiera visto. El hombre roedor silbó y de la cubierta apareció otro ser no menos extraño que su acompañante. Este avisó al resto de sus compañeros en absoluto silencio. En menos de un minuto habían aparecido otras cinco criaturas que ayudaron a Standing y su amigo a subir a la galera.

"Dígales a estas bestias que ponemos rumbo hacia Dylath-Leen, señor Starrell."

Insistió el hombre roedor. Standing repitió, con palabras más amables, lo que había dicho su compañero y su tripulación comenzó los preparativos. Su equipo estaba compuesto de una única raza: todos ellos tenían aspecto de fauno, pero eran de pelo mucho más oscuro que los de la mitología greco-romana, además que sus rasgos faciales le recordaban a los de sus colegas de prisión de procedencia africana.
Cuando la galera partió, contempló cómo se alejaban de la alegre Celephaïs. La brisa del mar Cerenario le acariciaba la cara y los pulmones se le llenaron de un aire cargado de salitre. Se sentía libre, pero triste, ya que se encontraba lejos de su patria.
Los vientos fueron favorables y el navío llegó antes de lo previsto a la ciudad de Dylath-Leen.
Cuando Standing abandonó el barco, también lo hizo su amigo de infancia, que prefería esperar en la cubierta.

"No es por usted, señor Starrell, pero esta ciudad tiene algo que a los roedores como yo no nos gusta."

Y hacía bien en no dejar el barco y su tripulación, pues Dylath-Leen se encontraba en territorio de los gatos, cuya sede estaba en el encantador pueblo de Ulthar, no muy lejos de la ciudad portuaria. Standing no tenía muy claro cual era su objetivo y empezó a pasearse por el muelle, esperando alguna señal. El roedor le observaba inquieto desde la galera, deseaba descender del navío e indicarle a su amigo que debía hacer, pero un gato atigrado le observaba desde el techo de una taberna, relamiéndose las patas. El ex-convicto observaba el interior de las posadas, pero nadie parecía esperar su llegada. El día fue transcurriendo y Standing regresó a su galera cuando el sol se encontraba en medio del firmamento. Su tripulación estaba preparando la comida y se unió a los semihumanos. Su fiel amigo volvió a tirar de la manga de la camisa para captar su atención.

"Señor Starrell, si no fuera por esos dichosos gatos, le habría ayudado a obtener información sobre su precipitada cita con cierto caballero de procedencia misteriosa."

Standing no recordaba nada de una cita.

"Sí, hace un mes, cuando usted aún estaba cerrando negocios en Celephaïs, llegó a mis manos un mensaje de un caballero, concertando una reunión en su ciudad natal, en la que estamos ahora mismo, para este día. Pero no veo a nadie que acuda a nuestra galera."

Standing asintió y decidió esperar en la cubierta. El gran gato atigrado seguía esperando en el techo, deseando poder capturar al hombre ratón. Él siempre había sido un gran amante de los animales y, al percibir la presencia del felino, decidió darle algunas sobras. Bajó del barco con un platito con restos de un alimento similar al pollo del mundo vigil. Aunque el gato se encontrara en un techo, olió la comida y descendió de su puesto con una velocidad y una gracia propia de su raza. En menos de diez segundos Standing acariciaba el lomo de aquel hermoso ejemplar atigrado, satisfecho por haber entablado amistad con un animal menos fantástico en un mundo de quimeras. Pero, para su sorpresa, cuando el gato dejó de comer, se relamió los bigotes y le habló con una voz ceremoniosa, propia de un hombre ya anciano y noble.

"Me ha convencido, este delicioso alimento es mucho más apetitoso que el que podía representar su obeso y bigotudo amigo. Le agradezco su hospitalidad y me veo con el deber de devolverle el favor. ¿Qué puedo hacer por usted?"

Standing le habló de su misteriosa cita y el felino, pensativo, observó el cielo y la ciudad que se erigía detrás suyo.

"Los gatos estamos al corriente de su encuentro, señor Starrell. Sabemos dónde debe ir. Si lo desea, le puedo llevar a su punto de reunión. Y, si su amiguito lo desea, le puede acompañar."

Pero el hombre ratón negaba con la cabeza, como hacen los hamsters cuando se acicalan, desde lo alto de la cubierta. Pero envió a uno de los semihumanos para que protegiera a Standing.
Así, el ex-convicto, el gato y el antropomorfo empezaron un tranquilo y agradable paseo por Dylath-Leen, que respiraba la calma de la hora de la siesta. Subieron por calles empinadas que, debido a su monocromía, se hacían eternas y fatigantes. Pero ni Darrell ni su guardaespaldas desistieron. El gato no se giró hasta que llegaron frente un arco que servía como entrada y salida de Dylath-Leen, con dirección hacia Ulthar.

"Su anfitrión no es que sea muy lúcido, amigo humano, ya que le convocó cita en su villa en Ulthar, no en esta ciudad. Yo debo quedarme aquí, como capitán del escuadrón de gatos de Dylath-Leen, pero el camino que os espera no es arduo. Cuando lleguéis al pueblo de los gatos, entonad la siguiente melodía que os silbaré. Acudirán a ustedes mis camaradas que le facilitaran su trayecto."

Standing acarició por última vez el lomo de su amable guía, este ronroneó y volvió por donde había venido. El semihumano, bautizado con el nombre de Dhom, le indicó la dirección que debían tomar.
El crepúsculo había llegado a su hora punta y las primeras estrellas brillaban en el firmamento cuando Darrell llegó a las cercanías de Ulthar, aunque su recorrido había sido más pausado ya que estaba maravillado con los hermosos valles verdes regados por la dulce corriente del río Skai, las bucólicas casitas desperdigadas por toda aquella extensión y el canto de los pajarillos y de otros animales. Por primera vez, Standing deseó quedarse en aquel mundo. Deseó comprar una de esas casitas y dedicarse al cultivo y a la vida de granja. Y a escribir poemas sobre la belleza de aquel paraje de ensueño...
Dhom hizo un gesto a su protegido para avisarle de su llegada a Ulthar. En la entrada del pueblo le esperaba una manada de gatos que miraban con malas caras al semihumano. Standing silbó la melodía que le había favorecido el gato de Dylath-Leen. Una vez reconocieron la tonada, los felinos recibieron al ex-convicto frotándose en sus piernas y ronroneando, y no volvieron a bufar ni a gruñir a su acompañante, aunque este les mirara con cierto apetito. Los gatos de Ulthar, tras saber la situación de su aliado, comenzaron a pasar mensajes de búsqueda de su misterioso anfitrión. Pasó un buen rato hasta que apareció una gata negra, confirmando el paraje del caballero que Standing buscaba. Vivía en una villa localizada en la parte superior del pueblo, muy bien cuidada y que, por los adornos que había en el jardín, vivía un ser humano. Los gatos acompañaron al ex-convicto hasta la casita. Standing, nervioso, se acercó a la entrada de la casa. Cuando llegó a la puerta, antes de que llamara, una voz le invitó a pasar. Se giró y contempló a sus amigos felinos y su guardaespaldas, que le esperaban con inquietud detrás de la valla blanca que delimitaba el jardín con la callejuela. Standing entró en la villa y se encontró un hombre muy anciano, demasiado para que pudiera seguir vivo, sentado en una silla mecedora, junto una mesita, bebiendo un néctar de color púrpura. La casita estaba iluminada con unas velas doradas que emanaban un vapor balsámico, quizás era aquello lo que conservaba aquel anciano bicentenario.

"Le esperaba... señor Standing..."

Continuará.

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