lunes, 23 de noviembre de 2015

Mensaje en el contestador


[ ··· ]

Nadie contesta.
Pues dejo un mensaje.

...

Hola. 
Hace mucho tiempo que no hablamos.
Es mentira. 
Pero... No hablamos como antes hablabamos.
Antes...
En realidad no hace mucho, pero...
Dos años ya es bastante.
...
Ya no puedo contener más ese sentimiento que tenía por ti.
He estado manteniendo un fuego en mi interior,
pero... Antes de que me quemara del todo 
se ha extinguido.
Porque me he enfriado.
Nuestra relación se ha enfriado.
A pesar de que lo hemos intentado mantener vivo.
Pero...
Si se ha acabado la leña (que es mentira y ambos lo sabemos),
no vale la pena seguir alimentando esta hoguera.
Sólo los dos manteníamos este fuego incandescente.
Pero... ¿Dónde estás?
Lejos, supongo.
Como yo.

Nunca he querido retenerte.
Siempre has sido un espíritu libre,
como yo.
Por eso me gustaba estar contigo.
Me gustaba saber de ti.
Me gustaba ver como progresabas.
Pero, ahora...

No logro sentir nada
(o al menos con tanta energía como antes).
Por mucho que me esfuerce,
no logro sentir.
Se me escapa un llanto sin lágrimas y sin dolor,
como un grito proferido por un perro herido,
pero es una muestra de tristeza
de una persona sensible que no logra endurecerse.

 Porque no puedo,
ni quiero. 

Pero... ¿Sabes qué?

Me acuerdo de ti.
De tu actitud. 
De tu fría indiferencia ante todo.

Apareciste cuando menos me lo esperaba
y no esperaba nada de nadie.
Te convertiste en un ejemplo de superación.
Sigo admirando tu determinación,
tu persistencia, 
tus ganas de llegar a la cima.

heh...

Qué reconfortante y doloroso resulta recordar el pasado.
Noto que se me humedecen los ojos.

No sé como acabar este mensaje.
No quiero que se acabe esto.
Pero...

El fuego se tiene que apagar.

Ya no queda más cera en esta vela.

¿Apago yo o apagarás tú?

[···]


 
 

 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Discursos en la sombra (4)


Pero ahora llegamos a un grande y muy serio tema, que me interesa particularmente: el de los jóvenes que se sienten poderosamente atraídos por las ciencias naturales y se ven alejados por su insuficiencia matemática. ¡Cuántas cartas entristecedoras me llegan casi diariamente de colegiales, o de sus padres, exponiéndome un caso que conozco demasiado bien!

[ ··· ]

Puede que sea como los médicos especialistas, que se imaginan que la enfermedad sobre la que se los consulta es más extensa de lo que es en realidad; y desde luego no garantizo que todos estos jóvenes incapaces de plegarse a las exigencias escolares, merezcan que uno se esfuerce por recuperarlos. Además, admito que pueda haber cierta complacencia en la simpatía que despiertan dentro de mí tales cartas, en las que vuelvo a encontrar el entusiasmo y el fervor ingenuo que yo mismo sentía en mi juventud por los insectos, por los renacuajos, por toda la naturaleza. No obstante, la abundancia de pruebas concordantes me persuade cada vez más de que el caso de estos adolescentes a los que se traba el camino de sus sueños representa un verdadero problema pedagógico.

  Cierto que las matemáticas contribuyen a la formación del espíritu y que a lo mejor sería deseable que un naturalista fuese también matemático; pero todos estos jóvenes a los que se excluye de la biología ¿no pueden compensar su ineptitud matemática por otra aptitud, otras cualidades - agilidad, ingeniosidad, perseverancia, sentido de la observación - y, en fin, por el amor (al que nada puede sustituir) hacia el objeto de sus estudios?

Lo que olvidan demasiado los defensores de las matemáticas, y se refleja en estas emocionantes cartas de adolescentes, es que la vocación de naturalista no tiene como único punto de partida la curiosidad de la inteligencia: también se debe a la sensibilidad, a la afectividad. Como dice uno de los mayores naturalistas de nuestro tiempo, Konrad Lorenz, 

<< No existen buenos biólogos cuya vocación no haya nacido de una profunda alegría ante la belleza de la naturaleza viviente >>.

A pesar de todas las objeciones que me han hecho cuando defendí el << derecho a ser naturalista >> , sigo convencido de que, por culpa de los métodos actuales de enseñanza, creaos un número bastante grande de gente no satisfecha, de << frustrados >>, que guardarán siempre el pesar de haber podido demostrar de lo que eran capaces: además, privamos a las ciencias naturales de espíritus que valen, capaces de llevar a cabo un trabajo fructuoso.

Cuántas buenas intenciones desalentadas, cuánto entusiasmo rechazado, cuánto calor perdido... ¿Acaso tenemos tantos investigadores - y sobre todo << descubridores >> - que podemos consentir tal despilfarro?
¿Hace falta recordar que la mayoría de los trabajos de biología fundamental han sido efectuados sin la mínima ayuda de la matemñatica? Cultivo de los tejidos y de los órganos, transplantes de núcleos embrionarios, transformaciones de sexo, partenogénesis natural y artificial, papel de las hormonas, conservación de tejidos mediante el frío, mecanismo inmunológico de resistencia al injerto... 
Sin hablar del lenguaje de las abejas y del fenómeno de la huella en los pájaros. 

Por desgracia, nada permite predecir, para un próximo porvenir, una suerte mejor para los jóvenes aprendices naturalistas. Nunca he llegado tan lejos el esnobismo (o la demagogia) matemática. Ignorantes que se sentirían apuradas ante una ecuación de primer grado decretan que todo francés debe comprender el lenguaje matemático y saber emplear una coordenada. Esto no es nada tranquilizador. Incluso el juicio de los buenos matemáticos deja que desear en algunos casos; ¿cuál será, por tanto, el de todos estos mediocres matemáticos que nos están fabricando?

El Correo de un biólogo (1970)


Jean Rostand (1894 - 1977)